Sobre... Jesús Málaga Guerrero

(Pendón de los Comuneros, en la Catedral Vieja de Salamanca. Foto de Puparelli)


 La alumbrada de Canillas

 Jesús Málaga Guerrero

 

Tenía un apellido corriente, Hernández, un nombre frecuente, Francisca y había nacido y vivido en un pueblo insignificante de la provincia de Salamanca, Canillas. A pesar de todo, saltó a la fama por su pertenencia a los alumbrados y su simpatía por los comuneros. Nació en una familia de labradores y desde muy pequeña realizó prodigios que fueron concitando a su alrededor gentes de toda condición, se hizo oír entre nobles y plebeyos, todos la adoraban, reverenciaban, besaban sus manos e incluso imploraban su bendición. No sabía leer, pero llegó a hacerlo espontáneamente, de repente, ante un público que la observaba embelesado.

Como miembro destacado de los alumbrados, estaba en contacto directo con Dios, era el Ser Supremo quien la iluminaba. Curaba enfermedades y hacía profecías; predijo junto con sus correligionarios el fin del mundo en 1525. Poco a poco los grandes de España se convirtieron en sus protectores, recibió ayuda económica de los duques de Alba, del Infantado y del mismísimo almirante de Castilla. Sus seguidores consideraban las relaciones sexuales como una forma de oración. Los milagros realizados en presencia de la multitud le trajeron cada día que pasaba más adeptos, más donaciones y más influencia política.

Mantuvo relaciones amorosas platónicas con el clérigo y bachiller Antonio de Medrano, siguiendo las enseñanzas de los alumbrados que consideraban el contacto entre sus seguidores de distinto sexo algo bendecido por Dios. La Inquisición puso manos en el asunto y prohibió a la pareja vivir bajo el mismo techo. Sin embargo, por las noches, Antonio entraba en la casa de Francisca, al lado de la iglesia de San Juan de Barbalos de la ciudad de Salamanca, y la llenaba de caricias, y por el día, el fraile enamorado pedía una y otra vez desde una ventana enfrente de la de Francisca la bendición de esta. Estas transgresiones no pasaron desapercibidas a los inquisidores, desterraron a Antonio, pero nuevamente los enamorados burlaron a sus vigilantes, el fraile se trasladó a un pueblo cercano con Valladolid, ciudad donde habitaba su deseada, comunicándose con Francisca a través de otros alumbrados.  Francisca fue examinada por un médico de la Inquisición, que no pudo probar que Antonio hubiese yacido con ella, ya que su virginidad estaba intacta. Varias veces más Antonio fue condenado al destierro y otras tantas fue sorteando la separación de Francisca. Como su amado no podía llegar hasta ella, la iluminada se trasladó a Navarrete para convertirse en su ama de llaves.

Todo comenzó a cambiar con las primeras condenas de alumbrados en 1529. Pasó un tiempo y también fue ella arrestada en Valladolid y trasladada a Toledo donde ingresó en prisión. En 1530 Antonio también fue detenido, condenado y, desesperado, se retractó de sus errores. Todavía entonces Francisca era defendida públicamente. Le llevaban comida y vestidos a la cárcel y tenía una persona a su servicio. El mismo alcaide de la prisión cayó en sus redes, permitiéndole vivir con libertad de movimientos fuera de su celda.

Pero la falsedad de Francisca se demostró claramente cuando, al verse en peligro, comenzó a delatar a sus seguidores. Al descubrirse su mala fe, la muchedumbre cayó en la cuenta de que estaban siguiendo a una embaucadora. En muy poco tiempo tiró por la borda su fama de santa milagrera.

Durante la revuelta comunera, Salamanca era un hervidero. Desde los púlpitos se lanzaban consignas y se informaba al pueblo de los desmanes y desgracias llegadas a los reinos de Castilla y León con el rey Carlos I, quien, por no saber, ni siquiera hablaba la lengua del reino heredado. En el repaso de los muchos comuneros salmantinos, destacan los primos y capitanes de las huestes charras Pedro Maldonado Pimentel y Francisco Maldonado, el bedel del Estudio -Juan González Valdivieso-, el catedrático de Vísperas de Leyes en Derecho -Alonso de Zúñiga-, el guardián de San Francisco -fray Juan Bilbao- y el deán de la Catedral -Juan Pereira “el mozo”- entre otros. Pero quienes incendiaron de verdad a las masas fueron el pellejero Villoria y una astuta y falsaria mujer de Canillas, la alumbrada Francisca Hernández. Del pellejero conocemos bien su biografía; Francisca quedó oscurecida para la historia.


Comentarios 1

  • martes, 9 de marzo de 2021 a las 17:14h

    Gracias, Jesús, no conocía esta historia tan entretenida y curiosa

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